Ruta del Cubo y el Castillejo. Santiago del Campo

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 La comarca de los Cuatro Lugares, lo conforman los municipios de Talaván, Monroy, Hinojal y Santiago del Campo; cuatro localidades que se asientan sobre la penillanura cacereña y que limitan al norte con el río Tajo y al sur con el río Almonte, justo antes de que este último vierta sus aguas en el largo e ibérico Tajo y ambos duerman obligados por el pantano de Alcántara antes de volver a chocar con la presa de Cedillo y luego pasar a Portugal. Los cuatros pueblos forman un cuadrado  geográfico que alberga, justo en el centro, el pantano de Talaván y que es atravesado por la carretera EX-390 que une la ciudad de Cáceres con Torrejón el Rubio, es decir, con el Parque Nacional de Monfragüe. Dehesas, grullas, tierra de dientes de lobos de pizarra, riscos, riberos, antiguos caminos medievales como dejan testimonio algunas joyas que aparecen cuando la sequía baja la cota del pantano: los Puentes de Don Francisco de Carvajal y Sande que cruzan los ríos Almonte y Tamuja, construcciones de 1.530 que facilitaban el tránsito entre Cáceres y Plasencia.

Este es el marco en el que el Ayuntamiento de Santiago del Campo organizó la I Ruta Senderista El Cubo y el Castillejo, que hace referencia a un antiguo molino y un castro prerromano por donde discurre el paseo. Los senderistas fuimos recibidos con un desayuno y terminamos disfrutando de un día magnífico en la I Feria Agroalimentaria. La ruta circular de 10 kms es una delicia, con paisajes y restos de la vida agrícola y ganadera de la comarca.

Aquí tenéis el track para GPS

Era una prueba de fuego para el ayuntamiento, cuando llamó para pedirnos consejo no esperaba reunir a 800 personas, pero fue un éxio. Las primeras luces sirvieron para recibirnos con una café y unas migas extremeñas en la Plaza de la Torre del Reloj, el comienzo de un día espléndido.

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 Santiago del Campo, algo menos de 300 habitantes, es uno de los pequeños pueblos de la provincia de Cáceres; en su renovada página web me topo con este texto que comparto con vosotros y que resume en pocas palabras lo que experimentas cuando vienes aquí: «Nos saluda un pueblo pequeño, sosegado, de los que dan sana envidia a ciudadanos cosmopolitas. Sus gentes hablan de casas cerradas, esperando al estío para que vuelvan a abrirse las puertas por quienes las cerraron para partir a otros lares; un buen hombre se apresura a decir que ya sólo quedan unos cuantos viejos, de esos que han trabajado toda su vida el campo, que casi octogenarios toman un hacha y marchan a desmochar su lote de olivos en la Dehesa Boyal, árboles centenarios que han sido mimados generación tras generación.»

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Salimos por la Era vigilados por la iglesia de Santiago Apóstol en las primeras luces de la mañana.

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 Por el camino de la Venta del Moro por el que vamos, las primeras luces se posan en la dehesa, un contraste de tonos que parece pintado para recibir a los senderistas que disfrutamos de esta hora mágica.

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 El núcleo está situado en una llanura quebrada. La mayor parte del término es ondulado, propio de la penillanura trujillano-cacereña, con pequeñas elevaciones entre las que destacan los cerros de las Vacas, Pajarero y Castillejo, y la loma de la Dehesa.

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El ayuntamiento sabe que es la primera vez que invita a tanta gente a conocer su pueblo y su entorno y cuida cada detalle, nos llevamos un pequeño recuerdo que dentro de unos años no servirá para decir que estuvimos en la primera ruta.

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Formamos una larga fila, que deja los llanos de los alrededores y se adentra en la dehesa, cerquita de lo que los santiagueños llaman Fuentesanta.

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El otoño regala estas cosas, en esta tierra pizarrosa, rica, las setas y hongos crecen por doquier. Y queda inmortalizada esta pareja

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En toda la penillanura cacereño-trujillana son habituales estas formaciones rocosas de pizarra que llaman dientes de perro o dientes de lobo y que aparecen siempre entre las encinas.

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 La dehesa es la magia de la simbiosis entre el hombre y la tierra, una admiración sostenible y sostenida con paciencia; estamos en el paraje que se conoce como el Ruedo. La rutina del ciclo de la vida continúa a pesar de la presencia de tanto extraño.

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 Dejamos la zona más llana y entramos en las estribaciones de los ríos, donde pequeñas ondulaciones del terreno, suaves lomas, nos obligan a un sube y baja constante pero cómodo.

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 Debe ser por esto, digo yo, que encontramos en nuestro camino muchos árboles ayudados a mantenerse erguidos. Bastones fabricados con pizarra, curiosas columnas de piedra sobre las que descansan los troncos; no lo había visto nunca, construido así.

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La ruta no tiene pérdida, sólo hay que seguir el camino, aunque hay que decir que algunas señales nos indican hacia dónde encaminar los pasos. Hacia el Molino del Cubo nos dirigimos.

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 Y así atravesamos el Arroyo de Gamones a Fuente Blanca, nada caudaloso pero aprovechado como todo en la dehesa.

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 El ayuntamiento ha restaurado este casa antigua de porquero con más de 200 años, el Chozo de las Corralás. La han recuperado con un taller de empleo y recuerda el oficio de porquero y las cochiqueras o corralás donde se cuidaba a las piaras de cerdos en la dehesa, un oficio bastante más suave y menos duro hoy en día.

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Desde el cerro donde se asienta esta choza descubrimos la razón obvia de por qué se construyó aquí, en el reino de la bellota, la dehesa extremeña.

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 Junto a la choza, las corralás, cochiqueras o pocilgas de los cerdos; el ayuntamiento quiere recuperar también estas viejas construcciones de pizarra en desuso.

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 Ya comento que el ayuntamiento de Santiago del Campo era consciente de que íbamos 800 personas, que era su primera ruta pública y no descuidó detalle, apoyo y avituallamientos, no faltaron.

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 En una de estas elevaciones, de algo más de 300 metros, la dehesa se muestra inmensa, se pierde a la vista en la penillanura cacereña, delante está encajonado y guiado el río Almonte en sus últimos coletazos, todavía no lo vemos.

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Cerca la autovía A-66 o de la Vía de la Plata atraviesa el Almonte gracias a uno de esos monstruos de la ingeniería, uno de los grandes puentes, y hay varios, que se han construido en esta zona para autovías, AVE, carreteras cnvencionales o conducciones de agua, un espectáculo.

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Otro punto de apoyo para los muchos olivos que se mezclan con encinas y robles en toda la dehesa, son harto curiosos… y bien pensados ¡qué mimo! ¿verdad?

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Termina el camino, perdido por lo años, hay que bajar al molino campo a través. Quedan apenas 800 metros.

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Otro aprovechamiento sostenible de lo que hay alrededor, usar la piedra de pizarra para fabricar un pequeño comedero para los animales, tiene un nombre pero no lo recuerdo.

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 Dehesa y dehesa, uso del bosque mediterráneo durante generaciones han moldeado este paisaje hasta hacerlo exclusivo. Santiago del Campo esconde estos rincones, pero tienes que venir andando.

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Mientras descendemos hasta el molino el Almonte asoma un poquito. Nos espera.

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 Este el Molino del Cubo, molino harinero con más de doscientos años de vida, que da fe de los antiguos oficios, el uso y aprovechamiento que se hacía de las caídas de agua. El molinero cobraba a quien necesitaba moler en especias, lo que se conoce como la maquila. Aprovecha un pequeño meandro del Arroyo del Lugar o de Santiago. Dicen los lugareños que hubo más molinos en este arroyo y en el Almonte que se perdieron con la construcción del pantano.

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Llegamos al molino, pero como la física no falla, todo lo que se baja, se sube…

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 Que me gustan los apoyos de los olivos, curioso también que en algunos de ellos, se construyese una pequeña pared, de pizarra por supuesto, que impedía que las aceitunas al caer del árbol saliesen rodando colina abajo. Es pura adaptación al medio, antropología, las cosas que aprende uno cuando caminas con la gente de aquí.

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 Seguimos remontando el arroyo hacia arriba para descubrir otra de las sorpresas que nos tienen preparadas, acabará siendo una ruta muy didáctica y completa.

 

 

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 LLegamos, se trata de la Charca del Tío Mendo, servía para asegurar que el Molino del Cubo, ribera abajo, tuviese agua para la molienda siempre, por lo que esta pequeña presa la almacenaba para soltarla sólo en los momentos de hacer funcionar el molino. No se descuida detalle el en campo, todo tiene un porqué.

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 Las sucesivas crecidas del arroyo han acabado con parte de la presa. Se llama Charca del Tío Mendo por la persona que lo cuidaba. arriba en el cerro la Choza del tío Milano, que sembraba productos en la vega de la charca.

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 Atravesamos las tranquilas aguas del arroyo sin mucha dificultad y seguimos el camino por una pequeña ladera de un lugar de nombre curioso: Pasil de la Centenosa. Pasil, un término casi perdido que hace referencia a la parte por donde puede atravesarse a pie una corriente de agua, o también y seguramente más apropiado para la zona que transitamos, es un vocablo que también se utiliza para designar el lugar de paso, estrecho necesariamente, entre dos fincas colindantes.

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 Tierra de encinas y setas, un tesoro buscado en otoño que hace las delicias de las mejores cocinas, la dehesa está llena de ellas.

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Siguiente parada, el castro prerromano del Castillejo, que da nombre a la ruta.

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Llegamos a la loma de otro pequeño cerro, desde donde observamos el lugar en el que acaba el Arroyo del Lugar anegado por el embalse de Alcántara.

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 Es sabido que las antiguas tribus buscaban asentamientos con fácil acceso al agua, este es el caso del Castro del Castillejo, de época prerromana, es uno de los muchos que se han datado en toda la cuenca del Tajo, estamos hablando del III al I mileno antes de Cristo. Se han encontrado estancias, restos de elementos como vasijas o fundición, se sabe que eran tribus dedicadas la pastoreo y la recogida de frutos silvetres.

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 Desde este promontorio el Almonte ofrece esta imagen que nos vuelve a mostrar el puente de la Autovía de la Plata.

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Regresamos de nuevo hacia Santiago del Campo por el camino del Molino del Cubo, dejamos atrás la zona más escarpada y volvemos al llano.

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 Ganadería en el paraje que llaman Pie de Sancha, se despeja la dehesa en los usos mas intensivos cerca del pueblo.

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 Así despacito y encantados con lo visto vamos llegando al pueblo, termina el paseo por los cuatro lugares.

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 La dehesa que nos ha acompñado en apenas diez kilómetros nos ha mostrado muchos de los antiguos oficios que mantuvieron a la gente pegada a su tierra natal, hoy ha cambiado bastante aquel mundo rural y duro; en Extremadura muchos pueblos envejecen, y miran ahora a nuevos yacimientos como el turismo para intentar fijar la poca población que va quedando.

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Para terminar un jinete nos regala esta imagen, buen final. es un privilegio vivir en este entorno, hoy afortunadamente cuents con servicios suficientes, esperemos que por mucho tiempo más.

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 La Iglesia de Santiago nos recibe en el lado sur del pueblo, paredes de pizarra delimitando fincas, dibujan un entorno rural muy habitual en Extremadura.

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 De cerca se ve así, la iglesia de Santiago Apóstol, ubicada en el Sur del pueblo, en lo que se conoce como Barrio Nuevo, es el principal patrimonio de Santiago del Campo. Su obra comenzó a edificarse en el primer cuarto del siglo XVI y se concluyó en el XVIII.

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 Como comentaba al principio en el pueblo se celebraba la I Feria Agroalimentaria y se ofreció caldereta de cordero a todo el mundo. Un remate final perfecto poder comprar productos de calidad, artesanía pura de la gastronomía: cerveza artesana, quesos, dulces,embutidos… así habrá que volver seguro.

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Santiago del Campo nos recibió con las primeras luces del alba y nos despide con esta luz de mediodía. Un día redondo para un paseo fantástico.

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 Venir a la dehesa es como cocinar paisajes: encinas, alcornoques y olivos, sobre una alfombra de hierbas silvestres, jara y romero. Un paisaje, humanizado pero sostenible,  es el resultado de una larga historia, que se remonta a la Reconquista, por ello es habitual que en él nos encontremos con árboles centenarios, encinas y alcornoques, aunque también pueden aparecer en zonas más húmedas fresnos y robles. En estas tierras que rodean el Parque Nacional de Monfragüe la belleza es la misma, seguramente no tan nombrada pero igual de apetecible. Enhorabuena a los organizadores, lo mejor, que te reciban con un sonrisa de oreja a oreja y que estén ellos más agradecidos porque hayas venido que tú por haber sido agasajado de principio a fin. Haced la ruta sin prisas y disfrutad de cada pausa, en Extremadura, el tiempo lo dan ‘dao’.-

                                                                                                                                                ©vicentepozas2015

Ruta por la Dehesa de Talaván. Río Tajo

              (SI QUERÉIS VER BIEN LAS FOTOS, PINCHAD SOBRE ELLAS)                        Descárgate el Track para GPS realizado por Jose Luis Cabrera

Con el Club de Senderismo Catelsa recorremos una de las dehesas más bonitas de Extremadura «La Dehesa de las Quebradas» en Talaván, un trayecto que nos llevará hasta las estribaciones del Tajo. Dice el refrán que «en Talaván, si barruntas bulla, o talavaniegos o grullas», pues son muchas las que eligen estas dehesas para alimentarse en otoño e invierno. Talaván es una de las cuatro localidades que forman parte de los denominados Cuatro Lugares, junto Monroy, Hinojal y Santiago del Campo. 16 kms de dificultad baja pero de paisajes amplios y singulares.
La ruta comienza con un desayuno en la casa de Dioni, la madre de nuestra compañera Alicia, que tuvo la deferencia de agasajarnos con los dulces que ella mismo prepara, un excelente tentempié para coger fuerzas.

Nuestro recorrido se inicia a dos kilómetros escasos de Talaván en el Cerro de Las Arenosas

Cruzamos la carretera para coger la llamada Colada de Torrejón el Rubio, un sendero amplio y muy transitado.

Tomamos a la izquierda el Camino de la Breña para bordear la finca en la que se plantan especies autóctonas, en una zona que llaman Quiebracántaros, una elevación desde donde las vistas de la enorme dehesa de Talavan son un regalo, al fondo Casas de Millán.

Desde esta pequeña elevación en la zona de Vajundillo se contempla toda la Dehesa de Las Quebradas, más humanizada al comienzo, bosque mediterráneo más allá donde oculta el río Tajo. Al fondo se dibujan Cañaveral, a la izquierda y Casas de Millán a la derecha.


Descendemos hacia la dehesa y nos disponemos a tomar el Camino de Torrejón

En este sendero, usado para acceder a fincas y parcelas, la mano humana está presente en los campos.

Un camino rural que conserva su estructura original flanqueado por paredes de piedra que le dan un regusto especial

La dehesa tiene vida propia, ajena a nuestra presencia.

Y llegamos a Talaván por la parte este para continuar camino sin entrar en el pueblo

Dejamos Talaván por el camino de la Barca que en la época medieval fue muy importante y está ligado a la antigua Ermita de Nuestra Señora del Río, patrona de Talaván, que quedó anegada por el pantano de Alcántara a finales de los 60. Su historia es singular pues al situarse en la margen derecha del Tajo y carecer de puentes, se estableció un pequeño embarcadero para cruzar el río; barcas y barqueros propiedad del Obispo de Plasencia. De ahí el nombre del camino, y era harto rentable pues hacía posible la ruta de la Vereda Real de Castilla, en el tramo Cáceres-Plasencia. La nueva ermita se construyó a orillas del Tajo en 1971.

Dejamos el Camino de la Barca para entrar en la Era del Campillo.

Cruzamos sin dificultad este pequeño arroyo dentro de la finca Gorrones Blancos

Y nos dirijimos por la dehesa a rozar el pueblo por su parte sur.

A nuestro lado la actividad ganadera continua con normalidad.

Nosotros seguimos camino, a mitad de la ruta la dehesa se va cerrando y su uso como coto de caza es evidente

Por los Cerros de La Pedrera nos vamos acercando al río Tajo.

Definitivamente la dehesa es ya bosque mediterráneo y las jaras y el sotobosque hacen de esta zona un lugar idóneo para jabalíes y ciervos

Esta dehesa fantástica e inmensa es la zona del preparque de Monfragüe, de hecho al fondo se sitúa el Salto del Gitano, en primer plano la cuenca del Tajo con el nivel de agua muy bajo

El Tajo embalsado por el Pantano de Alcántara llega hasta aquí, casi a noventa kilómetros de la presa.

Es una zona áspera, pizarrosa, nos llevará hasta el río recorriendo en parte el que llaman Camino de la Aceña

Así llegamos a las estribaciones del río, un Tajo manso y domado desde que, a finales de los sesenta, Jose María Oriol contruyese el Embalse de Alcántara para dar electricidad a ciudades como Madrid o parte de Portugal.

Tras un pequeño descanso y un refrigerio volvemos sobre nuestros pies buscando el pueblo de Talaván.

Tras de nosotros queda el Tajo que trae sus aguas de Monfragüe, oculto por jaras, brezos y retamas

Vuelta hacia la dehesa, paisaje extremeño al que se acostumbran nuestros ojos, encinas que hacen esquinas en caminos bien dibujados

Poco a poco nos acercamos a Talaván, la ruta está finalizando, aunque nosotros debemos volver a donde partimos

Encaramos la subida al Cerro del Calvario, donde está la Ermita de la Soledad

Es la parte más dura de la ruta, se hace más dificil a esta hora del mediodía y tras 14 kms en los pies, pero es corta… y no hay prisa

Desde arriba, en la parte alta del Cerro, el zoom de la cámara nos permite ver el Salto del Gitano en pleno Parque de Monfragüe

Abajo Talaván, guardián de la Dehesa, tranquilo y soleado

Nosotros salimos de la parte nueva de localidad hacia el Cerro de Las Arenosas, de nuevo.

El camino de la Lucía mos avisa del fin de la Ruta

Justo al dejarlo a la izquierda entramos en este cerro donde la casa de Dioni nos espera, ella ha hecho la ruta con nosotros…

Pero unos cuantos disfrutamos, de nuevo, de su hospitalidad y comentamos el camino en la comodidad de este porche y de su compañía. 16,5 kms marcaban los GPS. Un día que amaneció frío y terminó templado.
Ha sido una ruta fantástica que comenzó por la mañana observando bandadas de grullas que se apostaban en la dehesa, alrededor de charcas y encinas. Talaván guarda una dehesa que merece ser conocida, pero esto es sólo posible si se hace… Andando Extremadura

©vicentepozas.Marzo2012

Ruta por la Dehesa de Monroy

La ruta por la dehesa de Monroy nos lleva hasta uno de los muncipios que en Cáceres conocemos como ‘Los cuatro Lugares'(Monroy, Hinojal, Santiago del Campo y Talaván), Monroy es un pueblecito, ubicado en la Penillanura trujillano-cacereña, y comunicado con la capital de la provincia a través de la EX-390 y la CC-47.
A Monroy se llega desde la carretera de Monfragüe, la EX 390 como decía, pasados los cruces de Santiago del Campo y Talaván, por un desvío a la derecha, es la localidad más oriental de los Cuatro Lugares. También por la A-66 en el desvío de Hinojal. El origen de Monroy se debe al Señorío de Monroy del que surge la aldea.
La localidad es muy pequeña, algo más de 1.100 habitantes, pero en la plaza se alza impresionante su castillo, y claro, la razón de su historia.
En el año 1309, el rey Fernando IV otorgó el privilegio para allegar a su cortijo hasta cien vecinos y construir en él un castillo, de aquí la fundación y fortaleza. El castillo fue mandado construir por D. Hernán Pérez de Monroy a principios del s.XIV, en plena reconquista. Intervienen en el Castillo, desde el punto de vista arquitectónico, tres épocas fundamentales que lo construyen y modifican sucesivamente. La primera época es Medieval, Gótico-Mudéjar, la segunda época es Renacentista y la tercera está definida en el tiempo que pasa desde el s.XVII hasta nuestros días.

Nosotros nos disponemos a hacer una ruta circular que nos va a llevar a la Fuente de las Amapolas, hacia los riberos del río Almonte y hacia el Paraje de El Cabril, un roquedo bañado por unos de los muchos arroyos que surcan la zona; uno de ellos, el arroyo de la Fuente Canillas, nos acompañará durante buena parte de la ruta. Se trata de un camino sencillo, de unos 14 kilómetros, y de dificultad baja.

Así, al abrigo de esta fortaleza, descendemos hacia la parte baja del pueblo y nos internamos en la dehesa…. comenzamos.

Dejando el pueblo, la dehesa y su uso ganadero es patente.

Es una dehesa bastante peculiar, salpicada por pequeñas agujas de piedra que asoman en el terreno.

Atravesamos el Arroyo de Las Amapolas y llegamos a la fuente del mismo nombre, suerte que lo hicimos un otoño de lluvias suaves y se podía cruzar sin problemas.

La Fuente de las Amapolas estuvo techada y se restauró en tiempos de la II República, por lo que que su aspecto actual debe ser de fines del s.XIX o principios del XX. Hoy los alrededores están bien arreglados y preparados como merendero.

El pozo, de planta circular, construido con ladrillos, tiene cuatro brocales abiertos a media altura en arco de medio punto enmarcados en falsa cantería; el resto del muro está revocado con cal.

Ahí tenéis una de las ventanas o brocales.

Este es el arroyo de Las Amapolas visto desde el Pozo.

Contaba al principio que la ruta es circular, al dejar la Fuente, situada a algo menos de dos kilómetros, el castillo y el pueblo son todavía visibles.

Volvemos a la dehesa, ahora atravesamos el Arroyo de Las Viñas.

Como decía el terreno está salpicado de agujas de piedra, algunas como estas deján curiosas imágenes.

Estas dehesas albergan bastante ganado vacuno y bovino, de ahí la existencia de charcas para los animales.

Nosotros continuamos por esta dehesa limpia, gracias a su uso ganadero, vamos andando por el denominado Camino del Cagajón (imagino que por los regalos que dejan los animales)

Llevamos recorridos algo más de cinco kilómetros y, en cambio, parece que acabamos de salir del pueblo.

Poco a poco la dehesa y el paisaje cambian, hemos atravesado la dehesa boyal del pueblo y nos acercamos al río Almonte

Es una paisaje abrupto que en ocasiones encajona el río en los denomiandos Riberos, todo un hogar para muchas de las especies de aves más protegidas de Extremadura. De hecho estamos en zona ZEPA, Zona de Especial Protección de Aves.

La bajada hacia el río la hacemos por una antigua ruta de la zona, usada para viajar y buscar provisiones o vender productos. Se trata de un camino construido a base de pizarra y granito que se encuentra muy bien conservado, cuando pisas sobre él, descubres que se hizo pensando en que durase siglos…

Es un camino en zig zag para suavizar la pendiente y la altura que hay que salvar hasta llegar al río.

Aquí tenéis otra curva del camino, donde se observa esta pequeña senda de montaña.

En esta imagen os podéis hacer idea de la altura que se salva y de cómo es el descenso.

El camino, ya digo, es toda una obra de ingeniería que evitaba en otras épocas el aislamiento de la localidad, como véis está trazado con mucho cuidado.

De repente, el silencio del lugar es roto por el murmullo del agua. El río Almonte.

El río Almonte, declarado actualmente zona ZEPA como señalaba antes, constituye en toda Extremadura uno de los pocos ríos aún vírgenes, no represado excepto en su confluencia con el Tajo, por lo que constituye un valioso corredor ecológico de biodiversidad desde su nacimiento en las Villuercas.

Las pasaeras son frecuentes, aunque da vértigo pensar que antes se atravesaba con frecuencia, si se quería llegar al destino.

Nosotros, al abrigo de su orilla, reponemos fuerzas. Antonio, Irene y Mario.

Y el resto del grupo que se acopla donde puede… entre las piedras.

Para iniciar la ruta de nuevo, hay que desandar parte de lo andado, hemos vuelto a subir por el sendero de piedra para llegar a una de las mejores sorpresas de la ruta, el paraje de El Cabril.

Es una zona donde el arroyo del Cabril se hunde y retuerce en el terreno entre fragosos pedegrales e impresionantes tajos que reciben el nombre de “El Tranco del Diablo.

Hermoso paraje y muy interesante para observar aves como cigüeña negra y búho real, entre otras.

Dejamos estos roquedos mientras recorremos la denominada Vereda de los Quemaos, y nos encontramos, de cuando en cuando, pequeñas canteras de pizarra, usadas para extraer piedra con destino a casas y vallado de fincas que todavía son muy frecuentes en la zona.

Aún vamos bordeando el paraje de El Cabril, en esta zona el agua, en inviernos lluviosos, deja curiosos saltos de agua.

Un descanso que aprovecho para inmortalizar a Irene y Guillermo, las dos razones verdaderas que hacen que te levantes cada mañana con las mismas ganas y una sonrisa.

Dejamos la dehesa boyal, flanqueada por algunas grandes cancelas que descubren la grandeza de años pasados.

Salimos de la dehesa, con Guille y Antonio inseparables (desde chicos).

Así llegamos de nuevo a Monroy, saludamos al señor del Castillo con esta foto de grupo para el recuerdo. Aunque antes de partir nos queda otro sorpresa.

No queremos abandonar Monroy sin conocer su pasado romano y uno de los asentamientos rurales de aquella época. La villa romana se encuentra en la dehesa boyal de Monroy, en el paraje denominado “Los Términos”, a una distancia aproximada de 3,5 Km. del núcleo urbano. Se accede al yacimiento a través de un camino que atraviesa un paisaje de pastizales y encinas.

La Villa Romana de Monroy es el asentamiento rural romano más emblemático y estudiado. Los materiales constructivos son los propios del lugar: pizarra y cuarcita, además de granito y mármol. La Villa se puede visitar libremente.

La excepcionalidad de la villa romana de Monroy radica en que es una de las villas romanas mejor conocidas de la Península Ibérica por su excavación amplia y extensiva y por su complejidad que denota una jerarquización de los edificios. Asentada sobre dos colinas entre las que discurre un arroyo, esta explotación rural de época romana, se divide en dos sectores, característicos de estos asentamientos rurales. En la entrada al yacimiento, en la colina sur, se encuentran varios edificios en torno a un gran patio central. En él se localiza la zona residencial, termas, talleres, área de servicio y dependencias relacionadas con la cocina. Siguiendo el recorrido hacia la colina norte, después de pasar el arroyo, se aprecia un conjunto de edificios de carácter agrícola y ganadero que nos remiten a los tradicionales complejos agrarios, donde destaca un hórreo relacionado con el almacenaje del grano.

Con esta imagen de parte de los asistentes entre las escasas columnas de mármol que sustentaron este cortijo, nosotros dejamos Monroy, si queréis volver al pueblo, os aconsejo febrero, en tiempo de Candelas podréis disfrutar de Las Purificás, una tradición muy religiosa, pero curiosa, que congrega a muchos habitantes, los que están y los que se fueron.
Las Purificás con sus trajes regionales entran en el templo cantando unas estrofas al son de la pandereta, que conmemora la purificación de la Virgen cuando presentó al niño en el templo, siendo recibida por el sabio Simeón. Al día siguiente (San Blas) se reúnen para hacer y degustar los famosos caramelos de San Blas de azúcar y cacahuetes troceados.
Aunque en cualquier época del año, rosca de piñonate, embutidos o queso de cabra son de obligado menú.
Monroy, un lugar recomendado, sobre todo en otoño e invierno, cuando estas tierras tranquilas y olvidadas rebosan vida. Nosotros pudimos comprobarlo in situ.