Ruta por la Dehesa de Monroy

por Jun 24, 2010Los Cuatro Lugares, Ruta Senderista1 Comentario

La ruta por la dehesa de Monroy nos lleva hasta uno de los muncipios que en Cáceres conocemos como ‘Los cuatro Lugares'(Monroy, Hinojal, Santiago del Campo y Talaván), Monroy es un pueblecito, ubicado en la Penillanura trujillano-cacereña, y comunicado con la capital de la provincia a través de la EX-390 y la CC-47.
A Monroy se llega desde la carretera de Monfragüe, la EX 390 como decía, pasados los cruces de Santiago del Campo y Talaván, por un desvío a la derecha, es la localidad más oriental de los Cuatro Lugares. También por la A-66 en el desvío de Hinojal. El origen de Monroy se debe al Señorío de Monroy del que surge la aldea.
La localidad es muy pequeña, algo más de 1.100 habitantes, pero en la plaza se alza impresionante su castillo, y claro, la razón de su historia.
En el año 1309, el rey Fernando IV otorgó el privilegio para allegar a su cortijo hasta cien vecinos y construir en él un castillo, de aquí la fundación y fortaleza. El castillo fue mandado construir por D. Hernán Pérez de Monroy a principios del s.XIV, en plena reconquista. Intervienen en el Castillo, desde el punto de vista arquitectónico, tres épocas fundamentales que lo construyen y modifican sucesivamente. La primera época es Medieval, Gótico-Mudéjar, la segunda época es Renacentista y la tercera está definida en el tiempo que pasa desde el s.XVII hasta nuestros días.

Nosotros nos disponemos a hacer una ruta circular que nos va a llevar a la Fuente de las Amapolas, hacia los riberos del río Almonte y hacia el Paraje de El Cabril, un roquedo bañado por unos de los muchos arroyos que surcan la zona; uno de ellos, el arroyo de la Fuente Canillas, nos acompañará durante buena parte de la ruta. Se trata de un camino sencillo, de unos 14 kilómetros, y de dificultad baja.

Así, al abrigo de esta fortaleza, descendemos hacia la parte baja del pueblo y nos internamos en la dehesa…. comenzamos.

Dejando el pueblo, la dehesa y su uso ganadero es patente.

Es una dehesa bastante peculiar, salpicada por pequeñas agujas de piedra que asoman en el terreno.

Atravesamos el Arroyo de Las Amapolas y llegamos a la fuente del mismo nombre, suerte que lo hicimos un otoño de lluvias suaves y se podía cruzar sin problemas.

La Fuente de las Amapolas estuvo techada y se restauró en tiempos de la II República, por lo que que su aspecto actual debe ser de fines del s.XIX o principios del XX. Hoy los alrededores están bien arreglados y preparados como merendero.

El pozo, de planta circular, construido con ladrillos, tiene cuatro brocales abiertos a media altura en arco de medio punto enmarcados en falsa cantería; el resto del muro está revocado con cal.

Ahí tenéis una de las ventanas o brocales.

Este es el arroyo de Las Amapolas visto desde el Pozo.

Contaba al principio que la ruta es circular, al dejar la Fuente, situada a algo menos de dos kilómetros, el castillo y el pueblo son todavía visibles.

Volvemos a la dehesa, ahora atravesamos el Arroyo de Las Viñas.

Como decía el terreno está salpicado de agujas de piedra, algunas como estas deján curiosas imágenes.

Estas dehesas albergan bastante ganado vacuno y bovino, de ahí la existencia de charcas para los animales.

Nosotros continuamos por esta dehesa limpia, gracias a su uso ganadero, vamos andando por el denominado Camino del Cagajón (imagino que por los regalos que dejan los animales)

Llevamos recorridos algo más de cinco kilómetros y, en cambio, parece que acabamos de salir del pueblo.

Poco a poco la dehesa y el paisaje cambian, hemos atravesado la dehesa boyal del pueblo y nos acercamos al río Almonte

Es una paisaje abrupto que en ocasiones encajona el río en los denomiandos Riberos, todo un hogar para muchas de las especies de aves más protegidas de Extremadura. De hecho estamos en zona ZEPA, Zona de Especial Protección de Aves.

La bajada hacia el río la hacemos por una antigua ruta de la zona, usada para viajar y buscar provisiones o vender productos. Se trata de un camino construido a base de pizarra y granito que se encuentra muy bien conservado, cuando pisas sobre él, descubres que se hizo pensando en que durase siglos…

Es un camino en zig zag para suavizar la pendiente y la altura que hay que salvar hasta llegar al río.

Aquí tenéis otra curva del camino, donde se observa esta pequeña senda de montaña.

En esta imagen os podéis hacer idea de la altura que se salva y de cómo es el descenso.

El camino, ya digo, es toda una obra de ingeniería que evitaba en otras épocas el aislamiento de la localidad, como véis está trazado con mucho cuidado.

De repente, el silencio del lugar es roto por el murmullo del agua. El río Almonte.

El río Almonte, declarado actualmente zona ZEPA como señalaba antes, constituye en toda Extremadura uno de los pocos ríos aún vírgenes, no represado excepto en su confluencia con el Tajo, por lo que constituye un valioso corredor ecológico de biodiversidad desde su nacimiento en las Villuercas.

Las pasaeras son frecuentes, aunque da vértigo pensar que antes se atravesaba con frecuencia, si se quería llegar al destino.

Nosotros, al abrigo de su orilla, reponemos fuerzas. Antonio, Irene y Mario.

Y el resto del grupo que se acopla donde puede… entre las piedras.

Para iniciar la ruta de nuevo, hay que desandar parte de lo andado, hemos vuelto a subir por el sendero de piedra para llegar a una de las mejores sorpresas de la ruta, el paraje de El Cabril.

Es una zona donde el arroyo del Cabril se hunde y retuerce en el terreno entre fragosos pedegrales e impresionantes tajos que reciben el nombre de “El Tranco del Diablo.

Hermoso paraje y muy interesante para observar aves como cigüeña negra y búho real, entre otras.

Dejamos estos roquedos mientras recorremos la denominada Vereda de los Quemaos, y nos encontramos, de cuando en cuando, pequeñas canteras de pizarra, usadas para extraer piedra con destino a casas y vallado de fincas que todavía son muy frecuentes en la zona.

Aún vamos bordeando el paraje de El Cabril, en esta zona el agua, en inviernos lluviosos, deja curiosos saltos de agua.

Un descanso que aprovecho para inmortalizar a Irene y Guillermo, las dos razones verdaderas que hacen que te levantes cada mañana con las mismas ganas y una sonrisa.

Dejamos la dehesa boyal, flanqueada por algunas grandes cancelas que descubren la grandeza de años pasados.

Salimos de la dehesa, con Guille y Antonio inseparables (desde chicos).

Así llegamos de nuevo a Monroy, saludamos al señor del Castillo con esta foto de grupo para el recuerdo. Aunque antes de partir nos queda otro sorpresa.

No queremos abandonar Monroy sin conocer su pasado romano y uno de los asentamientos rurales de aquella época. La villa romana se encuentra en la dehesa boyal de Monroy, en el paraje denominado “Los Términos”, a una distancia aproximada de 3,5 Km. del núcleo urbano. Se accede al yacimiento a través de un camino que atraviesa un paisaje de pastizales y encinas.

La Villa Romana de Monroy es el asentamiento rural romano más emblemático y estudiado. Los materiales constructivos son los propios del lugar: pizarra y cuarcita, además de granito y mármol. La Villa se puede visitar libremente.

La excepcionalidad de la villa romana de Monroy radica en que es una de las villas romanas mejor conocidas de la Península Ibérica por su excavación amplia y extensiva y por su complejidad que denota una jerarquización de los edificios. Asentada sobre dos colinas entre las que discurre un arroyo, esta explotación rural de época romana, se divide en dos sectores, característicos de estos asentamientos rurales. En la entrada al yacimiento, en la colina sur, se encuentran varios edificios en torno a un gran patio central. En él se localiza la zona residencial, termas, talleres, área de servicio y dependencias relacionadas con la cocina. Siguiendo el recorrido hacia la colina norte, después de pasar el arroyo, se aprecia un conjunto de edificios de carácter agrícola y ganadero que nos remiten a los tradicionales complejos agrarios, donde destaca un hórreo relacionado con el almacenaje del grano.

Con esta imagen de parte de los asistentes entre las escasas columnas de mármol que sustentaron este cortijo, nosotros dejamos Monroy, si queréis volver al pueblo, os aconsejo febrero, en tiempo de Candelas podréis disfrutar de Las Purificás, una tradición muy religiosa, pero curiosa, que congrega a muchos habitantes, los que están y los que se fueron.
Las Purificás con sus trajes regionales entran en el templo cantando unas estrofas al son de la pandereta, que conmemora la purificación de la Virgen cuando presentó al niño en el templo, siendo recibida por el sabio Simeón. Al día siguiente (San Blas) se reúnen para hacer y degustar los famosos caramelos de San Blas de azúcar y cacahuetes troceados.
Aunque en cualquier época del año, rosca de piñonate, embutidos o queso de cabra son de obligado menú.
Monroy, un lugar recomendado, sobre todo en otoño e invierno, cuando estas tierras tranquilas y olvidadas rebosan vida. Nosotros pudimos comprobarlo in situ.