A veces los caminos se visten de leyenda; esto ocurre con la Ruta de la Serrana de la Vera, un relato entre el mito y la historia, la fábula de un amor despechado que terminó como misterio no resuelto al que se le fueron añadiendo detalles, cada vez más crueles, cada más sangrientos; hoy se recuerda su nombre como heroína de Tormantos. Tanto que tiene hasta su propio camino, su territorio, en las crestas de Gredos. Se atribuye la existencia de La serrana de la Vera al pueblo de Garganta la Olla, allí vivía la familia Carvajal, y su hija Isabel, que iba a casarse con un sobrino del obispo de Plasencia, el chico, empujado por la curia para que no comprometiese su carrera eclesiástica, en el último momento la abandonó, condenando a Isabel y a su familia a la deshonra eterna. Desde entonces, se ejecutó la venganza y se escribió la novela: Isabel abandonó su hogar y se lanzó a la sierra, donde repudió a todo hombre. Los arrastraba a la fuerza a su cueva, cuentan que después de gozarlos los mataba. En recuerdo a las víctimas que murieron a manos de la Serrana de la Vera, se erigió una cruz en lo alto de la torre de Garganta la Olla. En esta localidad, puede verse la casa de la familia Carvajal, hogar de la Serrana hasta el momento de su deshonra.
La ruta cubre los 19 kms que separan Piornal, en el Valle del Jerte, de Garganta la Olla, en la comarca de La Vera. Ruta dificil porque no siempre tiene camino trazado y porque los últimos cuatros kilómetros tienen un descenso de 800 metros acumulados; la ruta está señalizada pero se pierde con frecuencia.
Oa dejo el track para GPS de Senderismo La Vereína, club al que pertenezco y con quien hice la ruta.
Comenzamos la caminata en Piornal, es el pueblo más alto de Extremadura, 1.175 metros de altitud, enclavado en la Sierra de Tormantos, en el Valle del Jerte. Tierra de Jarramplas, cuando llega enero, de piornos, nieve, vistas privilegiadas, y frío, mucho frío.
Enseguida dejamos sus calles y recorremos el altiplano en el que se sitúa el pueblo y salimos por el Arenal de Nuestra Señora cerca de la actual Hospedería La Serrana, un antiguo hospital de tuberculosos, reconvertido primero en albergue infantil y ahora en establecimiento hotelero. Recomendable, por cierto.
La ruta, como comentaba al inicio, está señalizada pero no cuidada y su trazado se pierde en muchos tramos, lo que obliga a caminar entre maleza y árboles. No le quita belleza.
La señalización, blanca y amarilla, es la de Sendero Local y aunque aparece durante todo el recorrido, la falta de camino en algunos tramos, te despista, si no te orientas bien en el campo es importante llevar el track para evitar sustos.
La ruta discurre por la cresta de la sierra, el trazado es llano, paisaje de montaña, de hecho en invierno suele estar nevado siempre, robles y piornos son la vegetación que nos acompaña. Un entorno abierto, enorme, limpio.
Desde arriba se ven los Montes de Tras la Sierra, cumbres nevadas allá enferente, porque en medio y abajo, está el Valle del Jerte flanqueado por ambas sierras; delante sin nieve, se ve Peñanegra, 1.434 metros de altura.
Mientras avanzamos por el paraje de Los Helechares dejamos atrás el Jerte y algunos de sus pueblos como El Torno, visible desde aquí. El camino ha vuelto a desvanecerse.
Para cruzar a La Vera por el Puerto de Piornal hay que coger durante unos metros la carretera que lleva a Garganta la Olla. Cambiamos de valle en tan sólo unos pasos. De valle y de paisaje. Es un añadido de la ruta que le agrega valor.
Entramos en la comarca de La Vera, tierras reales donde el Emperador Carlos V quiso retirarse después de hacer la guerra a medio mundo (imperio lo llamó él). La Vera, al contrario que el Jerte se asienta sobre la falda de Gredos, la última del Sistema Central que mira al sur, y da paso al inmenso valle del Tiétar y el Campo Arañuelo. Mucho más allá los Montes de Toledo crean otra comarca magnífica: Las Villuercas.
Ahora es visible Garganta la Olla, esta localidad verata, típica y bien conservada a la que nos dirigimos, está metida en un pequeño valle, una especie de cuña que esconde la montaña, y que está regado por la Garganta Mayor, o de Pedro Chate -ambos nombres tiene- que luego terminará llegando el conocido lago de Jaraiz de la Vera; nosotros vamos a rodear el valle entero y luego bajaremos por la Portilla hasta el pueblo.
Caminamos entre robles por el Pico del Puerto en un paraje de antiguos bancales hoy abandonados.
LLegamos junto al Pico de la Tartajosa en la Barrera de la Serrana, frente a nosotros el Canchal de Tormantos, coronado por el Peñón de Torrique, 1.714 metros de altitud.
Nos incorporamos a un camino amplio, el que lleva a la que llaman Casa de Antonio; arriba en la sierra dicen que está la cueva de la Serrana en Cancho Negro. El mapa la señala, la leyenda la recuerda.
Antes de recorrer la depresión en la que se asienta la garganta, parada para reponer fuerzas, rodeados de sierra, y de historia. Un día claro y caluroso.
Siguiendo las señales, que hay que buscarlas, dejamos el camino y comenzamos un pequeño descenso por un paraje que se conoce como Los Cristianillos. Un sendero, a veces intuido, nos acercará a la garganta mayor, antes de rodear el valle.
Que este viejo trayecto, ya perdido, era usado en la comarca lo evidencian construcciones como esta, el Puente Pivillas, sobre la Garganta Mayor, situado justo antes de una gran caída de agua que desciende hasta el pueblo, una zona en la que hay algunas pozas magníficas para el baño. Buenos recuerdos de baños solitarios, fines de semana de monte, silencio y agua.
Puente de piedra, recio; una estampa muy senderista para inmortalizar el momento. Es un rincón muy bello perdido en medio del bosque con el trazado del camino casi borrado por el abandono.
La vereína que nos conduce por El Revellón hacia el collado de Pon Benito, se estrecha cuando caminamos por un denso robledal, un paisaje en zig zag, un sube y baja constante.
Arriba queda la sierra de Tormantos de donde partimos, abajo el paraje de La Melendra dibuja su propio paisanaje. La mano del hombre hace estas cosas.
Cruzando pequeñas gargantas que iran a parar a la Mayor por un paisaje de sierra, verato, rincones de Gredos a los que llegarás pocas veces si no es haciendo caminos, perdiéndote en ocasiones. O saltando vallas buscando, otra vez, la referencia perdida.
No es malo. Sólo así lograrás inmortalizar una pequeña cascada como esta, y si la imaginación se dispara, ver en la máquina del tiempo a serranas, viajeros, bandoleros o reyes bañándose en estas aguas a las que pocos llegan. Es el regalo.
Descendemos por la Era de las Cruces, pasamos junto a un enorme castaño que espera el otoño para mostrar su tesoro. Justo después de haber dejado el pequeño valle que venimos rodeando y que ahora queda al fondo. Cruzamos el camino que lleva a Yuste.
Último ascenso de la ruta por el Baldío de las Pájaras, subida necesaria para alcanzar el Risco de la Portilla. Quedan cuatro kilómetros, lo más duros. Vamos entrenando.
Desde el Risco, Gredos es una delicia, cubierta de nieve nos muestra sus principales elevaciones y la localidad de Guijo de Santa Bárbara. Toda la Sierra de Tormantos en una vista casi completa que te recuerda que detrás está la belleza, la grandeza, de la Montaña, sus lagunas, lagos y caminos son un destino obligado al que está llamado cualquier senderista que se precie. Bien cierto que a Gredos solemos subir por la provincia de Ávila.
Merece la pena el esfuerzo, merece la pena subir hasta aquí. Este mapa vivo, a tamaño real, te enseña La Vera, los rincones por los que paseas pero en su conjunto. Las cosas, los lugares no se ven igual desde la altura. Esa visión espacial que te deja embelesado. La belleza es más balleza cuanto más asciendes, cuanto mayor es el esfuerzo.
Iniciamos el descenso, dejando el risco para encarar la Barrera de Yuste. Piernas preparadas. Los quince kilómetros recorridos tienen un final para nota.
Vamos bordeando La Portilla por un pequeño sendero, un balcón natural que nos enseña buena parte de la comarca verata. Delicioso final.
Es necesario utilizar bastones para ayudarse en los desniveles; esta es la zona del Pachón y cae casi en picado, extremamos precauciones.
A nuestra izquierda está desplegado el mapa del norte extremeño, estamos justo encima del Monasterio de Yuste, aunque la orografía del terreno no nos permita verlo. Frente a nosotros la Vega del Tiétar, el Campo Arañuelo y, al fondo, los Montes de Toledo y la comarca de Villuercas, el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara. Te quedarías aquí para siempre.
Sigue el descenso, largo, tortuoso, no hay camino, con pequeños brotes de piornos y robles que te rodean, de hecho a este pareje le llaman el Arañadero, muy propio.
Dejas el abrevadero de Fuente Blanca -tan harto venía que no eché ni la foto- y tomas el pequeño camino que nos acercará al pueblo, terminó la parte más dura del descenso, aunque el esfuerzo lo llevan las piernas.
En un claro, Garganta la Olla se muestra tal como es, su estructura verata, serrana y rodeada de bancales, en esta pequeña localidad de cuestas y cuestas, y calles estrechas de edificios de adobe y madera. Qué delicia.
Cruzamos la carretera que lleva a Cuacos un momento antes de descender a la garganta y entrar en el pueblo por su parte más baja.
Aquí se erige la estatua de la Serrana de la Vera, dulcificada y guerrera a la vez, poco que ver con las macabras historias que se cuentan de ella. Corona un pequeño mirador, el Mirador de la Serrana. Fue colocada en 2005 y modelada por el escultor placentino, afincado en Jerte, Evaristo García.
El Puente de Cuacos nos da la bienvenida, un poquito de historia que ahora nos facilita cruzar la Garganta Mayor. Estamos en Garganta la Olla. Hemos llegado.
La Plaza de Garganta nos recibe con el agua de su fuente de cuatro chorros, muy de la comarca; rodeados de construcciones características de la Vera nos hemos ganado el descanso, el derecho al refrigerio (aunque no con agua).
Garganta la Olla fue declarada Conjunto Histórico-Artístico. Con una arquitectura popular de una gran belleza singular, su iglesia está declarada Monumento de Interés Cultural, con retablo mayor barroco, un pequeño museo de arte religioso y un órgano barroco. Hay múltiples vestigios de la presencia de un Tribunal de la Inquisición (incluso un museo particular).
Legua y media de Garganta, cinco leguas de Plasencia habitaba una serrana, alta, rubia y sandunguera. Vara y media de cintura, cuarta y media de muñeca, con una mata de pelo que la los zancajos le llega. Cuando tiene sed de agua se baja pa la ribera cuando tiene sed de hombre se sube para la sierra…
Estos son las primeros versos del romance de la Serrana de la Vera que acabó matándose ella misma antes de ser apresada. Orgullo de mujer, venganza consumada contra los poderes que ahogaban a las féminas, relegadas a un papel menor. Isabel no quiso aceptarlo y rodaron cabezas… de hombres.
Historias de la Serrana, leyendas de la Vera que se llevan encima cuando te montas sobre la sierra y te imaginas el trasiego de carros y bestias, mirando de soslayo al bosque mientras recuerdan la leyenda, deseando terminar el camino y olvidar sus miedos; historias contadas de boca en boca, junto a la candela, que han hecho sudar a niños y callar a mayores. Hoy esta senda es un paseo por la comarca, por la sierra; pero bajo nuestros pies hay muchos otros pasos, algunos de mujer, de vengada impotencia, ¿los habremos pisado?… Andando Extremadura.
– Bebe serranito bebe, agua de esa calavera,
que puede ser que algún día otro de la tuya beba.
©vicentepozas2014