Las Hurdes es un paraíso para el senderista. Y en Las Hurdes lo saben, por eso han hecho un esfuerzo grande en señalizar muchos de estos caminos. Caminos con historia, que cuentan historias. Muchos de estos senderos están puestos en valor y señalizados. Nosotros hemos disfrutado de la Ruta de las Alquerías, una senda de 18 kms que va pegada al río Esperabán, que se unirá al río de los Ángeles justo antes de llegar al final, y que nos enseña cinco de las alquerías de Pinofranqueado, donde termina la ruta: Aldehuela, Erías, Castillo, Robledo y La Muela.
Aquí tenéis el track para GPS
Y arriba comenzamos, debajo del Lombo de las Muelas, junto al Puerto del Esperabán, en la sierra de Gata donde nace el río que les da nombre. La ruta comienza en Aldehuela. En esta alquería tiene el nacimiento el río Esparabán que según todos los indicios viene de una palabra hurdana que significa «río del Gavilán». Años atrás, aparecieron importantes vestigios prehistóricos en este pueblo; incluso una gran laja de pizarra con un grabado rupestre.
Caminamos bajando por sendas de paredes de piedra seca construidas con pizarra, como todo en Las Hurdes. Estos viejos caminos te llevan sin confusión. Piedra Seca patrimonio de la UNESCO, por cierto.
Rodeados de naturaleza. Las Hurdes, paraíso natural, frente a nosotros la Sierra de La Bolla y La Cotorra.
La pizarra lo marca todo, dibuja contornos de piedra en pequeños rincones cuidados por la mano del hombre, jardines para la subsistencia. Pero a esta altura de la sierra, el Esperabán recibe el agua de los distintos riachuelos que vienen de las cumbres, aún no es un río potente.
Hemos comenzado en su margen izquierda, ahora lo cruzaremos y así iremos por este lado del cauce hasta llegar a Robledo, donde volveremos a la ribera este. La vista se vuelve loca, la cámara sólo capta belleza y armonía.
Justo antes de llegar a la alquería de Las Erías, cruzamos el Esperabán, que ya irá a nuestra izquierda casi todo el camino. Viejos puentes reconstruidos para facilitar la vida.
Las Hurdes y sus ríos son meandros. La pizarra, recia y firme, no se amedranta con el agua y desvía su curso sin complejos. Curvas de agua
Las Erías o Erías como todo el mundo la conoce es una alquería serrana, como todas las de la ruta.
Antiquísimo pueblo, cuyos orígenes se encuentran posiblemente en un asentamiento de tipo castreño, de carácter prerromano.
Un homenaje a la tierra. Tierra que, me cuentan, tenían que traer los hurdanos de la vecina Salamanca, porque la pizarra impedía cultivar cualquier cosa.
Las Erías tiene casco antiguo, una amalgama de casas superpuestas, pasadizos, pasillos, recodos, arcos… calles imposibles con vida propia.
Los siglos se superponen, viejos arcos que soportan nuevas casas. Nada se pierde, todo se transforma.
Al salir de Las Erías os encontraréis un camino de tierra en ascenso, ese era el trazado original, ahora debéis continuar por la carretera unos 100 metros y veréis un camino que sale a la derecha, señalizado,ese callejón es el que hay que coger, que conecta con el camino antiguo.
Toda esta zona está arreglada, os iréis encontrando con puentes, pasarelas y demás que espero que tengan el adecuado mantenimiento. Hoy facilitan el camino
Esto no quiere decir que las viejas construcciones hayan desaparecido, puentes que resisten los años, seguramente más que estos nuevos de madera tratada. Aquí hasta los nombres son bonitos: caminamos entre las sierras de la Martigil y las Mudas.
Entre bancales de pizarra que sostienen olivos y castaños centenarios, estos nuevos puentes se unen al paisaje para que los arroyos, cuando el otoño los inunda, no impidan el paso.
Pero mirad la belleza de estas viejas callejuelas flanqueadas de piedra, cómo se mantienen en pie.
Castaños centenarios flanquean el camino
La vegetación se espesa y un bosque de pinos, castaños y robles nos arropa, es noviembre pero el calor aprieta.
Seguimos caminando junto a las aguas del Esperabán, los meandros embellecen el curso del río hasta el que llegan los bancales de olivos centenarios y ahora, sobre todo, cerezos.
Es el dibujo del paisaje: cuidadas escaleras de piedras que sostienen árboles frutales, olivos con tierra traída de otras tierras, sobre todo de provincias limítrofes. Sorprende como en una imagen se sintetizan cascadas, pizarra, matorral, pinos y bancales.
Uno de los regalos de la ruta son los grabados rupestres de generaciones primitivas, ellos ya apreciaban el valor de esta tierra. El lugar se conoce como el Tesito de los cuchillos.
Los petroglifos aparecen a ras del suelo aprovechando un afloramiento de pizarra. Contienen espadas romanas de un legionario y hasta una inscripción en latín. Se puede identificar motivos podomorfos y estrellas. En la piedra, se aprecian espadas de la Edad del Bronce y cuchillos, cuya época es difícil de definir.
A la zona la conocen como Charco de las Castañas, este viejo camino bien trazado que siempre se usó para poder viajar de una alquería a otra. Dejamos estos restos y continuamos el camino.
Para cruzar el arroyo de la Zambrana y salvar su cauce cuando viene crecido se ha construido esta pasarela de madera que facilita el paso.
En la Portilla de la Cruz se dibujan meandros y parcelas. Aquí cualquier rincón es oro y la tierra se aprovecha, y se valora al máximo. Algo que puede resultar sencillo es un esfuerzo titánico, domar aquí el terreno es un trabajo de generaciones.
Pero la huella de los incendios también está presente. Alguien cubrió esta tierra de pinos, madera, que cuando llega el verano se convierten en peligrosos lugares donde el fuego es incontrolable. Pero el pino es insistente y brota de las cenizas.
Así llegamos a Castillo, tercera alquería de la ruta. Aunque muy cambiada, la leyenda cuenta que, en tiempos, hubo un castillo en el paraje de la Zambrana o Cembrana; otros hablan que estuvo situado en la sierra de la Bolla.
También se habla de la cueva de Riscoventana, donde habitaba una pícara mora. Pero lo que hay en estos parajes son restos prehistóricos y romanos, con explotaciones auríferas en el sitio denominado «Los Llanetes».
Dejamos Castillo y a su habitantes, los castillejos, por sus cuidadas huertas pegadas al río, tierra rica y generosa, está a la vista.
Para seguir adelante cruzamos el arroyo del Guijarro Blanco que canaliza las aguas de las sierras del Carrelón y la Romaleja, ambas por encima de los 1.000 metros de altitud.
Siempre me sorprenden los viejos caminos, su hechura, su dureza, su cuidado, sus detalles, estas escaleras de pizarra… ¿cuántas generaciones las habrán pisado? Ahí siguen, repasadas, pero cumpliendo su función.
Atrás queda Castillo, como una calva entre pinos, en la ladera de la sierra, mirando al sol, siempre han sabido los hurdanos cómo construir los pueblos.
En Castillo hay un artesano de la madera y eso se nota. Nos encontramos estos viejos troncos convertidos en obras de arte.
Un regalo en el camino, una talla cuidada, y muchas fotografías, tod@s quieren inmortalizar la imagen. No son los únicos, podéis ver varias tallas y motivos diferentes.
Caminamos embelesados por un paisaje amable, cuidado. La pizarra nos dirige, nos guía, nos encajona por estas callejuelas que son las lindes «de lo mío». Paisaje domado, robado a la pizarra.
Llegados a este punto, en la ladera del Ramajal, dejamos el cauce del río para ascender hacia la montaña, no en exceso. El camino parece haberse perdido y la ruta nos lleva por nuevas pistas de tierra. Arriba en la sierra se vislumbran las casetas de vigilancia, los ojos del hombre contra los incendios.
Justo al final de esta vereda agradable el camino da un giro brusco a la derecha y nos obliga a ascender.
El terreno se vuelven menos cómodo, el bosque ya no nos protege pero ganamos en vista, la visión de estos enormes bosques de pinos tan cuestionables, nos recuerda los años en que la tierra era intervenida en favor de la industria maderera que sigue explotando estos bosques inventados.
Inmensas Las Hurdes, una orografía complicada, un lugar inhóspito convertido en paraíso, en lugar de descanso. Las Hurdes que ahora miramos con otros ojos, que tanto admiramos, son hijas de aquella otra tierra sin pan que tanta vergüenza nos causó.
El camino lo dibujan las sierras, las arrugas que nos obligan a subir y bajar, a dar vueltas, salvar los accidentes de las faldas de la sierra de Ramajal que nos viene vigilando desde hace rato.
No pasaremos por ella, pero la alquería de Robledo se sitúa frente al camino, alquería con poca antigüedad, algunos dicen que era un antiguo asentamiento de pastores que con los años fue ampliándose junto al Río Esparabán.
Descendemos de las faldas del Ramajal y en el meandro del Infiernillo volvemos a caminar junto al cauce del río. Antes de llegar a la última de las Alquerías: La Muela.
Aquí, en el Molino de la Muela, cruzamos definitivamente el Esperabán para recorrer la última parte del camino.
Esta del Molino de la Muela es una de las piscinas naturales más bonitas que conozco, exige un poquito de esfuerzo porque hay que bajar andando desde el pueblo, pero merece la pena, es un paraje idílico con un agua deliciosa y muy tranquila.
Hoy es un paraje turístico, en sus años fue un molino y una zona del río donde las gentes del pueblo lavaban la ropa. La Muela no es una alquería típica, poco tiene que destacar, un pequeño núcleo cercano a Pinofranqueado, la matriz.
Ya caminamos por una pista cementada que nos llevará hasta el final de la ruta, rodeados de fincas y huertos; es evidente que nos acercamos a uno de los núcleos más poblados de Las Hurdes. La pista, sin pérdida, desemboca en la carretera que nos introduce en Pinofranqueado.
La vegetación de ribera engrandece el bello paseo que Pinofranqueado ha construido junto al río de los Ángeles. Hemos llegado. Los árboles anuncian otoño.
Los pinenses disfrutan de este precioso paseo junto al río, es un broche de oro para este pequeño sendero que, sin quererlo o sí, recorre la historia de La Hurdes, la sintetiza en apenas unos kilómetros. 18 kilómetros después hemos bajado, como las aguas del Esperabán que aquí ya es el río de los Ángeles con quien se ha unido, hasta las Hurdes bajas. Dos ríos y cinco alquerías después finaliza la ruta.
Las aguas del Esperabán, diluidas en el río de los Ángeles, son un lugar de ocio en Pinofranqueado. Esta piscina natural a los pies del pueblo se llena cada verano de chiringuitos, restaurantes, camping, hoteles. un rincón con todos los servicios al que acude mucha gente a disfrutar de sus aguas. El ayuntamiento la mantiene impecable, de ahí su éxito. Aquí termina la ruta, disfrutando de su oferta en los establecimientos de la zona recogemos el merecido refrigerio.
Las aguas de este río, de estos ríos, se marchan buscando el Alagón, que espera domado por el embalse de Gabriel y Galán. Las aguas de los Ángeles abandonan las Hurdes arrastrando los olores de la montaña, los sedimentos de la sierra que nos han acompañado en la ruta. Aguas arriba comenzamos este camino de las alquerías, una ruta de las altas Hurdes a las Hurdes bajas, un camino de meandros, bancales, pizarras, huecos y pueblos. Es un camino precioso que, nos cuentan, quieren señalizar adecuadamente. Hay una paz especial en Las Hurdes, de hecho estoy seguro, a Las Hurdes vuelves, pero nunca te vas.-
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