Extremadura y Alentejo (España y Portugal) comparten las aguas del río Tajo y hace años que optaron por trabajar conjuntamente en el Parque Natural del Tajo/Tejo Internacional. En sus riberas las acciones de ocio son variadas, las de senderismo también. Hoy os invito a conocer la Ruta de las Riberas de Alferreireira y Barrocas en la localidad de Atalaia, freguesía perteneciente al municipio de Gaviao, un corredor ecológico impresionante. Son 21 kms en total, aunque hay variantes que la hacen más corta, aunque aconsejo no perderse ni un detalle. Molinos, cascadas, riberos, pasarelas, y agua mucha agua. Deliciosa. El atractivo de la ruta no son solo los paisajes, sino la historia que esconden. Esta pequeña aldea tuvo su esplendor en los siglos XIX y XX cuando en sus riberas nacieron decenas de molinos, aceñas y lagares que convirtieron a Atalaia en unos de los grandes centros de molienda de la región. Hoy son visibles muchos de aquellos molinos, unos cuarenta, aunque ya en ruinas que son parte del atractivo de este recorrido.
Os dejo toda la información sobre la ruta que publican en la web de Gaviao
Y el track para GPS
Este es el mapa de la ruta, que son tres, nosotros hicimos la ruta entera, es decir el PR2, y el 2.1 y 2.2 que son variantes que completan el recorrido aunque, como os contaré, hay opciones para hacerla más corta y muy bien señalizadas. De la señalización ya os contaré en adelante: ¡impresionante!
Atalaia, pequeña freguesía (entidad menor, alquería, pedanía, llamaríamos en España) perteneciente al municipio de Gaviao, tiene apenas un centenar de habitantes pero es portuguesa, portuguesa. Hasta aquí nos trajo el bus ( si venís en él no os metáis muy dentro del pueblo, quedaos en las afueras sino queréis sorpresas). El día arranca nublado y amenaza lluvia.
Una de las cosas que más me sorprendieron es el exquisito cuidado en la señalización de la ruta en todo momento y los muchos elementos que facilitan el tránsito por caminos, a ratos, escarpados. Un ejemplo de cómo invertir el dinero que Europa destina al desarrollo rural, porque en el mismo pueblo me contaban que son muchas las personas que realizan la ruta desde que está señalizada y promocionada, siguiendo las normas de la Federación de Campismo y Montañismo de Portugal. En este caso dos colores nos acompañarán en la ruta: el amarillo y el rojo
Comenzamos recorriendo caminos tradicionales, usados para viajar entre pueblos, senderos conservados perfectamente, en los que las labores agrícolas son evidentes. La señalización es constante y clara, perderse es más que difícil, esto tranquiliza mucho a quien no conozca el camino
Al dejar Atalaia la ruta arranca en este pequeño camino en el que la vegetación es muy parecida a la española, prados, plantaciones, y, aún, pequeños bosques de eucaliptos que se extienden hasta el río Tajo y que los portugueses también están sustituyendo por especies autóctonas.
Detalles de una ruralidad y un uso de materiales naturales que Portugal conserva y que te encuentras en el camino.
Llegamos enseguida a la pequeña localidad de Degracia Fundeira que atravesamos sin problema, son apenas tres calles puesto que la aldea es muy pequeña, no tiene siquiera la categoría de freguesía.
Tomamos una pequeña carretera, apenas 200 metros, y enseguida veremos un desvío a la izquierda que nos llevará hasta el primer lugar que visitaremos.
Se trata de esta preciosidad que llaman Fuente Vieja, de 1919, dicen que su agua tiene propiedades medicinales, viendo el edificio que la cobija no es extraño. Estamos en Portugal no hay duda.
Esta construcción alberga una fuente, tratada como una pequeña capilla a la que no le falta detalle.
Visto el lugar y la cantidad de polletes que hay para sentarse, debe, o debía, congregar a mucha gente.
Justo enfrente este precioso lavadero es otro de los hitos del camino que recibe el agua de la Fuente de Bica, situada un poco más arriba.
Junto al lavadero sale un camino a la derecha que nos lleva hasta otra pequeña localidad Deogracia Cimeira y ya desde aquí comenzaremos a descender hasta el río Tajo.
El paisaje se abre y cambia completamente, a partir de ahora se suceden los cerros, arroyos que nos llevan a un encajonado río Tajo que deja paisajes espectaculares.
El Tajo se encajona entre cerros y sierras, vaivenes de un terreno que siempre sirvieron de frontera y que hoy disfrutamos. Reconocido título el de Parque Natural que se reivindica en sus paisajes.
La señalización, como vengo contando, exquisita y cuidada, una garantía de tranquilidad para el caminante.
Entramos en el Valle de Cabril que nos llevará hasta las aguas del río, puro bosque mediterráneo.
El descenso hay que hacerlo con precaución, pero están cuidados todos los detalles para facilitar el tránsito, barandillas, escaleras y hasta cadenas cuando se necesita, todo sin deteriorar el paisaje.
El río Tajo corre hacía Lisboa aunque antes podemos disfrutarlo en Extremadura y el Alentejo.
Parada técnica junto al río para reponer fuerzas y continuamos por un tramo escarpado que sortea las irregularidades del terreno y que nos obliga caminar con cuidado y con continuas subidas y bajadas.
Ello no significa que no puedas pararte, echar la vista atrás, y sonrojarte por tamaño paisaje.
Lo dicho no falta detalle, lugar con alguna dificultad, lugar que cuenta con pequeñas ayudas como esta.
Es un zig zag constante, con ascensos y descensos aunque tengas donde agarrarte. Ayuda a que se minimicen los peligros de andar por esta zona complicada que conocen como el Vale de las Cerejeiras o Valle de las Cerezas.
El agua es una constante en la ruta, no lo muestro continuamente pero son decenas de arroyos con los que te cruzas o ves de cerca desde que entramos en el Valle de Cabril.
Y de regalo, el tren nos saluda, no falta de nada, ya veis.
Dejamos la ribera del Tajo y entramos en la ribera que da nombre a la ruta, quedan todavía muchas sorpresas y lugares de ensueño. Justo en la orilla una pequeña construcción recuerda que existió un pequeño embarcadero para cruzar el río, Batel lo llaman aquí.
Esto le he visto más veces en España, colocar una pequeña plataforma alrededor del olivo para impedir que las aceitunas rueden colina abajo.
Entramos, por fin, en la Ribera de Alferreireira, durante algunos kilómetros seguiremos el curso del agua; es la parte más espectacular de la ruta y la que le da nombre, empezamos donde la ribera se deja caer en brazos del Tajo.
El sendero discurre paralelo al cauce del arroyo, está bien preparado lo que facilita su disfrute.
Caminamos por una zona con abundante vegetación de ribera que nos protege de un sol que ya cae a plomo, a pesar de que el día amaneció lluvioso.
Las aguas están llenas de pequeñas presas y represas para conducir el agua a los muchos molinos que copaban las orillas, quedan restos de muchos, aunque muy abandonados.
Vengo contando que la ruta está muy ciudada, con detalles que aumentan su belleza; me sorprende además que todo los elementos estén bien cuidados, nada deteriorados, algo a lo que, desafortunadamente, no estamos acostumbrados al otro lado de la frontera.
La ribera es de cuento, el sonido del agua te acompaña continuamente, dan ganas de pararse y quedarse aquí.
La vereda sortea los vericuetos del terreno, un falso llano, una ascensión suave hacia la zona más escarpada. La señalización constante, es una ayuda.
Se despeja el terreno y esto nos permite ver algunos restos de viejos molinos.
La ruta se separa por algunos momentos de la ribera, mientras atraviesa otros pequeños arroyos que sorteamos con oportunos puentes.
Llegamos a los restos de una antigua ‘fábrica de luz’.
Esta parte de la ruta es algo más complicada pues discurre entre rocas que te obligan a subir y bajar continuamente, cuando necesitas un apoyo encuentras cadenas colocadas a modo de pasamanos, otro detalle más.
Escogemos este pequeño rincón para reponer fuerzas, la sombra y el agua mitigan el calor.
Alguno aprovecha para refrescar los pies mientras comemos algo.
Abandonamos la ribera de Alferreireira antes de llegar a la de las Barrocas, esta zona es más escarpada con pendientes pronunciadas de subida y bajada.
Primavera cuando hicimos la ruta, las peonías o rosas de monte (rosa de Alejandría le dicen en algunos lugares) están en flor.
Constantes subidas y bajadas que exigen algo más de esfuerzo, la barandilla de madera ayuda.
Una sucesión de pequeños arroyos, como la Ribera de Vale Covo, nos lleva a caminar por este zig zag de pequeños montes y cerros, con el sol encima la marcha se ralentiza.
El paisaje embelesa, este corredor ecológico es de enorme belleza, nos dirijimos a la siguiente ribera, otra sorpresa.
Cuando creías haber abandonado el agua, te sorprende otro puñado de molinos con saltos de agua aún más impresionantes que los anteriores.
La vegetación y el abandono se dejan notar en estos viejos molinos, aún conservan las piedras de moler.
Otros se conservan algo mejor y han sido preparados para ser visitados, testigos de esa actividad frenética que hubo a finales del siglo XIX y principios del XX en la zona.
Se suceden los saltos de agua que se construyeron para aquellos molinos de trigo.
Molinos que se suceden uno tras otro, como los puentes y pasarelas que nos conducen por la ribera de las Barrocas, seguimos subiendo.
Después de disfrutar de saltos de agua y viejas construcciones dejamos la ribera cruzándola al otro lado
El paisaje se suaviza a medida que nos alejamos del agua y volvemos a ver praderas y bosques de eucaliptos. Estamos en el Valle de Aceña.
Aunque aún quedan restos de viejos molinos. La ruta ofrece, en varias ocasiones, desvíos señalizados por si queremos ir directamente hacia el punto de inicio, no hay problemas porque ya habéis visto que te informan de la distancia en uno y otro caso. El último de ellos es el que nos lleva a los Olhos d’Agua (ojos de agua) y a un viejo lagar, es un desvío de unos tres kilómetros que merece la pena, es el último de los espectáculos que ofrece el agua en este recorrido inolvidable.
Nosotros no hicimos ese último tramo, el calor no esperado nos venció, no era cuestión de forzar una ruta que se hizo complicada y muy bella, es un terreno difícil, pero mereció la pena, completamos la ruta siguiendo hacia Atalaia.
Terminamos la jornada disfrutando de una Sagres fresquita en esta freguesía portuguesa. Ha merecido la pena. Nosotros hicimos 21 kilómetros, si optáis por conocer los Olhos d’Agua os saldrán unos 24 en total.
Hasta el regreso por carreteras portuguesas nos deja imágenes que son muy reconocibles para quienes visitamos este país con frecuencia, nos os preocupéis caben dos coches, y el nuestro es un autobús.
Cuando te encuentras con rutas como esta, que son una sorpresa, vienes satisfecho. El Tajo y su cuenca guardan sendas deliciosas a un lado y otro de la raya; algunas con historia, como las dedicadas al contrabando, otras con viejos oficios como el de los molineros y sus molinos, las hay que atraviesan puentes romanos con 2000 años de historia, que cruzan la frontera, incluso se hacen conjuntamente entre España y Portugal. Pero vengo más sorprendido, si cabe, por la exquisitez de quienes han diseñado la señalización de la ruta y por ver como se conserva intacta, sin que nadie la maltrate, la rompa, la tire o, en el peor de los casos, se la lleve. A Extremadura y Alentejo nos unen muchas cosas, la afición por el senderismo es una de ellas, aquí somo iguales, aunque en civismo nos lleven mucha ventaja.-
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